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“La poesía fortalece el espíritu del ingeniero”

Entrevista a Camila Charry Noriega. Literata, poeta, educadora y gestora cultural. Forma parte del comité editorial de la Biblioteca de Escritoras Colombianas, un proyecto del Ministerio de Cultura que se presentó el 8 de marzo en la Biblioteca Nacional de Colombia, un acontecimiento académico y cultural sin precedentes en el país.

Por: Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito

Camila Charry Noriega es una mujer fascinante. Tal vez sea esa capacidad innata de reflejar lo más íntimo de la poesía y los poetas, o sus gestos, posturas y movimientos que transmiten información y, sobre todo, emociones.

Es una mujer franca, decidida, transparente como su obra. Si se le pide que se describa, dice que es muy difícil. Sin embargo, luego de unos cuantos segundos tiene las palabras exactas y listas como su pluma: creativa, persistente, amante de los animales y, por supuesto, de la poesía, que es su mundo.

Estudió literatura en la Universidad Javeriana, después hizo la Maestría en Estética e Historia del Arte en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Hoy en día les enseña a los jóvenes estudiantes de ingeniería y matemáticas de la Escuela fundamentos de la comunicación, como parte del plan del Departamento de Humanidades e Idiomas. Su reto, sin duda, va más allá de tocar el espíritu de estos amantes del uso de principios científicos para diseñar y construir máquinas y estructuras, para crear y ordenar en el mundo a partir de lo experimentable y comprobable.

En cada clase los persuade, con ese lenguaje corporal, que es un espejo de sus emociones, y con su poesía, de que la lectura y los versos valen la pena y les van a servir para el resto de la vida, tanto como los números, cálculos y operaciones matemáticas.

¿Tarea fácil o difícil? Todo depende. Tener un grupo de 30 alumnos y que solo tres digan que sí han leído o han hecho el ejercicio de leer o escribir un poema o una autobiografía se volvió el reto de este semestre; reto que ella acepta con gusto.

Camila se las ingenia para cautivar a sus estudiantes. Por ejemplo, les pide que mediante una fotografía, un video o un escrito relacionen sus vidas con lo que estudian: cómo se conecta el lenguaje matemático con la vida o la ingeniería mecánica con el cuerpo humano, por ejemplo. La satisfacción fue enorme, cuando al final el primer tercio le dijeron: ¡Este ejercicio estuvo buenísimo, profe!

Ya son 20 años dedicados a esta tarea de enseñar. Empezó dándoles clases a niños de primaria y bachillerato; luego pasó a universidades bogotanas. Hoy es profesora de hora cátedra en la Universidad Javeriana, donde enseña Poesía Latinoamericana, y de la Jorge Tadeo Lozano, donde tiene a cargo el curso Escritoras Colombianas: Imaginarios, Cuerpo y Deseo.

Esta poeta y literata colombiana que le ha dado al género literario colombiano reconocimiento internacional, también dictó talleres de escritura creativa en el Instituto Distrital de las Artes (Idartes), a una población muy variada en la que se contaban personas de todas las edades, algunas de las cuales frisaban los 70 años.

“Me encanta la educación. Soy feliz como profesora. Creo que en los salones de clase he pasado unos de los momentos más divertidos de mi vida. Me gusta enseñar porque uno todo el tiempo está leyendo y actualizándose, y aprendiendo de los estudiantes. No creo en esa forma de educación en la que el profesor tiene la verdad universal y la razón. Tiene que ser a través de un diálogo de doble vía, para tumbar esas paredes que no permiten que los estudiantes conecten con la realidad y con lo que les interesa”, dice la poeta.

Para esta profesora es claro que la docencia forma parte de su vida, si bien por sus venas corre la pasión por la poesía. La escribe desde hace un buen tiempo y su producción literaria está compilada en varios libros y antologías que, incluso, han sido traducidas al inglés y al francés. Precisamente, el 26 de marzo se presentó una edición puertorriqueña de una de sus antologías poéticas.

Cada uno de sus logros parece ser el primero. Tal vez por eso le resulta vital su trabajo en un fanzine, que se llama La trenza, sobre poesía y ensayo de poetas colombianas de diferentes generaciones, que están vivas y siguen exprimiendo sus corazones. Con este fanzine, tanto ella como sus compañeras poetas, quisieron visibilizar la obra de otras escritoras que tuvieran, por lo menos, un libro publicado. Hasta el momento han sacado seis números y ya se encuentran trabajando en el siete y ocho de este proyecto.

El resultado es una publicación sentida, pasada por una mirada crítica y detenida, que muestra a la mujer poeta, lectora, crítica e investigadora. El fanzine, además, tiene ilustraciones, que resulta ser otra manera innovadora de leer esos poemas, otro lenguaje. Aquí también se les abrió espacio a ilustradoras y artistas colombianas.

En una época en la que la presencia femenina en la poesía sigue siendo escasa, Camila Charry mantiene un sitial bien ganado. Cuando acuden ideas y proyectos a su cabeza no queda tranquila hasta que no los cumple: “Me las veo como sea para alcanzar lo que quiero”. Así de simple. Tiene claro quién es, lo que quiere y cómo espera que la vean. Los patrones clásicos del modelo familiar no son lo suyo. Su núcleo inmediato son Enrique y Lía.

Enrique Delgado, profesor de la Escuela, ha sido su cómplice desde hace 13 años. Lía es una perra que los complementa desde su lenguaje “perruno”. “Creo que uno debe luchar incansablemente por el amor, los derechos de los otros y la libertad propia, todos los días de su vida y en cualquier espacio, y para que los otros también tengan sus derechos: animales, personas, árboles, yo qué sé”, dice convencida.

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De poetas y poemas

Por estos días, la poeta y profesora colombiana Camila Charry Noriega ha sido noticia debido a su participación en el proyecto Biblioteca de Escritoras Colombianas, que se lanzó a principios de marzo y en el que le correspondió ser la editora de los seis libros de poesía de las autoras Maruja Vieira, Meira Delmar, María Mercedes Carranza, Emilia Ayarza, y dos de narrativa, uno de Esperanza Berichá y otro de Teresa Martínez de Varela.

Durante un ameno diálogo, Camila nos habló de este acontecimiento cultural, uno de los más importantes de este año en el país.

¿Cómo se vinculó a este proyecto tan importante para las letras colombianas?

Bueno, déjeme contarle. Este es un proyecto del Ministerio de Cultura, liderado por dos mujeres: la directora de Literatura, María Orlanda Aristizábal, y Pilar Quintana, escritora y ganadora del Premio Alfaguara de Narrativa 2021 con su libro Los abismos.

El proyecto tiene tres etapas: la primera fue la etapa de investigación, es decir, consistió en el rastreo de aquellas escritoras colombianas que existieron y las que aún existen. En esa primera parte del proyecto estaban, Pilar Quintana, Natalia Mejía y María Antonia León.

Como lo habían imaginado, la cantidad de escritoras que hay en el país es tremenda, sólo que, por ser este un país supremamente conservador y muy patriarcal, las mujeres han tenido un espacio reducido y la cultura, la literatura y la poesía no se han salvado de eso.

Siempre han existido mujeres que escriben, pero en circunstancias muy particulares. Por ejemplo, las primeras que escribieron fueron las monjas, pero lo hacían por orden de sus confesores. Para ellos significaba, más o menos, poder custodiarlas o vigilarlas a ver en qué andaban.

La investigación permitió encontrar escritoras diversas, de muchas regiones; unas vivas, otras muertas. Empezaron a preguntarse qué se tenía que publicar, a cuáles, por qué y con qué criterios iban a seleccionar los libros.

Entonces, convocaron a un comité asesor que estuvo integrado por dieciséis personas colombianas, catorce de ellas mujeres y dos hombres, entre especialistas en literatura, investigadores, escritores y libreros. En ese momento se definió qué autoras eran importantes para editar o reeditar sus libros pronto.

¿Cuál fue su labor en este proyecto?

En los primeros momentos del desarrollo del proyecto fui invitada a aportar ideas, desde el punto de vista la poesía, principalmente. Debía mirar qué poetas han existido y qué poetas existen. En ese momento se definió, además, que serían 18 títulos entre poesía, narrativa y dramaturgia. La primera autora seleccionada fue la madre Francisca Josefa del Castillo, una monja de la época de la Colonia. Las últimas abarcarían el periodo de principios del siglo XX, es decir, autoras nacidas hasta 1950.

Ese fue el criterio porque muchas de ellas estaban descatalogadas; sus libros no circulaban ni se encontraban en librerías; no se les había dado nunca el espacio.

Son dieciocho autoras: laicas, religiosas, amas de casa, profesionales. Tres son negras, una raizal y otra indígena. También hay una en condición de discapacidad, y periodistas y gestoras culturales que alternan su labor con la escritura.

El primer título, como quedó dicho, es de Francisca Josefa del Castillo; el segundo, de Soledad Acosta de Samper, una de las primeras mujeres en decir "Yo soy escritora y lo tengo como oficio". Hay otras autoras como Silvia Galvis, que se dedicó a la investigación política y nos cuenta la historia oculta del Proceso 8000. Ese libro fue editado al principio, pero se censuraron muchos aspectos, se cambiaron nombres, se eliminaron partes importantes, o sea, la historia se borró. En esta edición que hace el Ministerio aparece el original sin censura.

Esta fue la primera parte del proyecto, la selección. La segunda parte fue la edición. En ese momento me vinculé al proyecto. Trabajamos Pilar Quintana, Natalia Mejía, María Antonia León y yo. Pilar Quintana es la editora general del proyecto y cada una de nosotras se hizo cargo de la edición de seis libros.

A mí me correspondieron los de poesía y un libro llamado Tengo los pies en la cabeza, de la indígena Berichá, que resultó ser una obra muy interesante y extraña, tal vez la más difícil de catalogar dentro de la Biblioteca, porque es el recorrido de su propio origen, en medio de su comunidad, de su nación U'wa, y la cosmología y cosmovisión del mundo U'wa, con la intención de mantener la memoria de su pueblo tan maltratado y amenazado por la política.

Mi Cristo negro, de Teresa Martínez de Varela, fue el otro libro y es la historia del último fusilado en Colombia cuando esto ya se había prohibido. Ella es chocoana y la historia, que es real, trascurre en Quibdó. Teresa trabaja como investigadora buscando archivos entre Quibdó y Bogotá porque habían quedado dispersos intencionalmente en ese momento. Ella reconstruye y construye la biografía de Manuel Saturio Valencia, el personaje principal de su obra, y nos cuenta ese panorama crudo, horrible y supremamente real que es el racismo en nuestro país y cómo el Gobierno creó una serie de tramoyas para poder fusilar a Saturio, dado que en ese momento eso ya estaba totalmente prohibido.

La sociedad no perdonaba que Manuel Saturio fuera un hombre más letrado, más educado, con un espíritu mucho más cultivado y muy atractivo. Ella lo describe como un hombre guapísimo y con muchas más virtudes que los blancos que en ese momento tenían poder en Quibdó.

Los blancos se sentían muy amenazados, ya que fue el primer hombre en ser juez en Colombia. Fue personero, profesor y poeta; sabía francés e inglés, conocía el latín porque se había educado con los misioneros que habían llegado a Quibdó. Fue un hombre maravilloso que se enamoró de una blanca de la alta sociedad quibdoseña, Deyanira Castro Baldrich, y fue correspondido. No obstante, es la historia tiene un desenlace trágico. Esos fueron los seis libros en los que trabajé; los otros doce los editaron Natalia Mejía y María Antonia León.

¿Cómo desarrolló esa parte de su trabajo?

Primero leí las obras completas de estas poetas, hice la selección de los poemas que iban a ir en casa libro, organicé el libro pensando en la temática o la cronología y busqué un hilo conductor que le permitiera al público acercarse a la poesía de una manera distinta. Así desarrollé la construcción del libro. El trabajo de edición fue otra parte.

LIBROS POETAS

¿Conocía las poetas y su obra?

Honestamente, no había leído toda su obra. Conocía a María Mercedes Carranza, a Meira, a Maruja, pero son muchas las escritoras de cuyas obras desconocemos casi todo, no han tenido el reconocimiento que merecen y, además, se da uno cuenta de que, tanto en el colegio como en la universidad, lo que uno leyó de mujeres fue mínimo.

A pesar de que yo estudié literatura, no conocí la obra de las mujeres en medio de la academia, sino por cuenta propia o por lecturas que nos rotábamos entre compañeros. Entonces, el desconocimiento que uno tiene respecto de lo que han hecho las escritoras en Colombia es enorme.

Por eso la Biblioteca de Escritoras Colombianas es tan importante. Esa fue una de las cosas que consideramos: toca hacer que esto llegue a toda Colombia, que todo el mundo tenga acceso. Se trata de pensar nuestro tiempo desde lo que han escrito las mujeres y también preguntarnos por qué tanto desconocimiento, por qué nos han negado esta parte de nuestra realidad.

Fue un reencuentro con esas autoras porque conocía una parte de sus obras, pero no todo. Cuando empecé a leer y hallé trece libros de esta, tres de aquella, tantos de la otra, encontré todo un mundo y me di cuenta de que el lugar en el que ha estado la poesía es muy injusto porque la gente tiende a pensar que cuando las mujeres escriben poemas tratan asuntos supremamente banales.

¿Qué fue lo que la cautivó de este reencuentro?

Fue sorprendente. Primero se encuentra uno con un universo lingüístico, con un nivel conceptual, con una capacidad de investigación y de observación de la realidad que es muy particular y que amplía el espectro de lo que nosotros pensamos que escriben las mujeres o lo que creemos que es la poesía.

Cuando la gente escucha la palabra poesía dice: "Ay, no, eso es muy aburrido. Por allá una cosa en verso, rimado, sobre el amor, sobre el sufrimiento, sobre la contemplación de lo bello". Resulta que no. La poesía es una fuente amplísima que abarca todos los temas de la realidad. Por ejemplo, María Mercedes Carranza escribe sobre la violencia en Colombia desde un lugar que tal vez pocas mujeres habían escrito.

Emilia Ayarza es otra de las poetas y su palabra es potente. Es valiosa su mirada sobre la maternidad, el espacio que les ofrece a los otros marginados de la sociedad, como son los negros, las prostitutas, los homosexuales; todo lo que se ha sacado de las coordenadas de lo que debe ser el bien y la sociedad, entendida desde una perspectiva platónica. Escribe qué es el país. En uno de sus poemas, que se llama Testamento, escrito para el hijo, le dice: " Tu patria es el sitio de la sangre. / La señora del silencio calibre treintaidós; /la señora del desahucio y de la reja”.

Después viene María Mercedes Carranza. Algunos de los poemas que se incluyen en este nuevo libro que acaba de publicar el Ministerio se llama El oficio de vivir, y fue la compilación que hizo su hija Melibea. Dentro de ellos hay varios de un libro de María Mercedes que se llama El canto de las moscas. Son breves, como instantáneas en las que ella hace un recorrido por esa geografía oculta de Colombia donde han ocurrido masacres.

Nos ofrece otra mirada de Colombia, paralela a la historia hegemónica que es la que conocemos y la mayoría acepta. En cuanto a su papel como gestora cultural, ella creó la Casa de Poesía Silva y desde allí catapultó un montón de acciones valiosísimas para la poesía en Colombia.

El rastreo que ella hizo de su entorno inmediato, de Bogotá, de La Candelaria, del centro, es muy particular porque nos muestra una ciudad gris y abarrotada, todavía imbuida en un tiempo y un espacio que parece más el pasado, donde todo el mundo vive alienado, nadie mira a nadie y todo eso termina siendo reflejo de sí misma. Hace una traducción del mundo desde un lenguaje coloquial y de fácil acceso, con una mirada honesta sobre el mundo y sobre sí misma.

En Maruja Viera y en Meira Delmar, que son anteriores, hay un lenguaje más conservador, bello también, pero con los temas de la familia, el hogar, el amor, el desamor. No desde la mirada errada según la cual las mujeres siempre escriben sobre lo doméstico o el amor sin trascendencia. Aquí hay una poesía que piensa, no sólo siente, y ubica a las mujeres en un punto muy específico como constructoras de la realidad y del tejido social, lo cual es muy relevante. Ese fue mi trabajo: revisar todas esas obras, editarlas, escribir la nota editorial contándoles a los lectores cómo está organizado el libro, cuál es su intención, cuál es la mirada de la poeta o autora.

En este momento estamos en la tercera parte, que es la de divulgación y pedagogía. Trabajamos Pilar Quintana, Natalia Mejía y yo. Ellas están haciendo la divulgación de la obra, a través de conversatorios. Es un proyecto estratégico que busca llevar a diferentes regiones, a las que generalmente no llega la literatura, charlas sobre las autoras y su obra. Si hay alguna de las prologuistas del libro que esté presente en esa ciudad, pues participa y cuenta cuál es la visión que tiene de la obra.

Mi trabajo es el proyecto estratégico pedagógico: ir a las regiones y hablar con los profesores y maestros de literatura, de colegios y universidades, de redes de talleres de escritura creativa y el público interesado, para mostrarles a estas autoras, ofrecerles estrategias teóricas y prácticas para que las incorporen a sus programas y ofrecerles ejercicios creativos que puedan poner en práctica fácilmente.

Estamos luchando contra el desconocimiento que se tiene de las obras. Ya es justo que dejemos de leer exactamente los mismos libros de hombres que, no necesariamente, son grandes obras y nos han impuesto a lo largo de la tradición.

Por ejemplo, Emilia Ayarza es una poeta de la generación de Mito. No pertenece a ella porque es una escritora incatalogable, pero tuvo cercanía con los poetas de la revista Mito y con los piedracielistas. Digamos que fue una de las pocas mujeres que se sentó en el café El Automático a conversar con ellos de tú a tú.

Una mujer elegantísima y bellísima, además de culta. Los temas a través de los cuales se expresaba eran la política, la violencia, el lugar que debería ocupar la mujer en la sociedad o el cuerpo de la mujer: ancho, que es como ella lo describe, sin ningún tipo de estereotipo, que era lo que esa época imponía. Molesta para los hombres por lo temas que abordaba y que pese a ser muy buena escritora, no la incluyeron en lo que estaban haciendo y ella, por una u otra razón, terminó yéndose a México, donde empezó a publicar. Emilia Ayarza empieza a publicarse en Colombia hasta 1996, 30 años después de su muerte. Permaneció desconocida mucho tiempo. Quien sugirió las primeras publicaciones, entendiendo esta dimensión de su poética, fue Juan Manuel Roca, poeta colombiano muy reconocido, quien les dijo a Ómar Rayo y a quienes dirigen hace años el Encuentro de mujeres poetas de Roldanillo, que valía la pena publicar Testamento, uno de sus libros. Posteriormente se publica, por sugerencia suya también, otro de narrativa periodística que se llama Diario de una mosca". Después de ese momento vino una época en la que se le empezó a tener en cuenta y se incluyó en antologías como la de Rogelio Echavarría y otro par de poesía colombiana, pero mínimamente. Después, los jóvenes en las universidades se fueron pasando poemas y escritos de ella. Recientemente, hace apenas tres años, fue cuando en realidad se inició la publicación de la obra de Emilia Ayarza.

Es la poeta más sobresaliente entre sus contemporáneos, que fueron incapaces de ver al otro, lo marginal, lo que permanece en la sombra, la violencia, lo que significa ser mujer, que es más que quedar embarazada, tener un hijo y ser ama de casa. Emilia estaba segura de que las mujeres tenemos el derecho y estamos en toda la disposición espiritual y mental para ocupar los lugares que se nos dé la gana.

Pilar Quintana es narradora, Natalia Mejía es poeta y narradora y María Antonia también escribe poesía y es narradora. Trabajar con ellas fue súper enriquecedor porque nos alimentábamos en las conversaciones y, además de la parte creativa que se necesita en la escritura, existía el compromiso de realizar una labor formal que nos permitiera dar cuenta de lo que se estaba haciendo, mediante el seguimiento de los prólogos que se les encargaron a varias de las mujeres que formaron parte del Comité Asesor del principio y de otras especialistas. Fue una oportunidad de darle una mirada juiciosa al lenguaje y también propiciar una expresión creativa que le permitiera al lector entrar de una manera mucho más fresca a estos textos.

En la edición que hicimos también se revisaron aquellos aspectos del español que estaban desactualizados: formas verbales como quedose o giros muy arcaicos que ya no se usan y que nos distancian de los jóvenes de hoy en día. Estos cambios se hicieron para lograr un libro fresco, sin intervenir el contenido de la obra ni la estructura lingüística o gramatical.

Este trabajo solo se podía hacer con unas personas conocedoras de su lengua, que escriben, que la usan diariamente. En ese sentido fue enriquecedor, además de los diálogos que surgían, que eran interesantes. Para mí fue maravilloso encargarme de la parte poética porque yo llevo trabajando en ella desde hace mucho tiempo.

La dirección de Pilar Quintana fue estupenda, mejor aún, está siendo estupenda porque todavía estamos trabajando. Es una mujer muy cariñosa, muy seria y comprometida con lo que hace; minuciosa, con disposición a ayudarnos, a orientarnos de una manera muy seria, pero amorosa. Ha sido un proceso de aprendizaje para todas.

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“Va ser fácil conseguir y adorar cada libro de este proyecto”

En este momento, los dieciocho títulos de la Biblioteca de Escritoras Colombianas ya están en muchas bibliotecas del país y la idea es que siga llegando para que la gente tenga acceso a ellos. Claro, es comprensible que no siempre el público de bibliotecas es el mismo que compra y quiere tener en su casa la colección. Por esto, a María Orlanda, Amalia de Pombo y Pilar Quintana se les ocurrió la idea de vincular a las editoriales independientes, que también hacen una labor tremenda en Colombia, pues le ha dado paso a un montón de escritores nuevos, han publicado obras de mujeres, se están moviendo y de alguna manera resistiendo ante esas editoriales grandes y abarcativas, tradicionales, que publican siempre lo mismo de lo mismo.

Acá hay diversidad y un panorama muy rico en cuanto a lo que se publica. Se invitó a varias editoriales independientes legalmente constituidas para que participaran y se vincularon diez. Con ellas se van a publicar once títulos. Están Himpar, Laguna, Sílaba, Mackandal, La Jaula y Sincronía, entre otras.

Estoy segura de que mucha gente va a querer tener esos libros. Lo que hicieron las editoriales independientes fue un acto de heroísmo porque aportaron sus recursos; en el futuro, eso les va generar ganancias, en términos no necesariamente económicos.

En la Feria del Libro de 2022 se va a presentar la colección en varios espacios a través de las editoriales independientes y del Ministerio de Cultura. La Biblioteca de Escritoras Colombianas fue un trabajo maratónico. Nos sacó risas, llanto, desespero, trasnochos; empezábamos a las siete de la mañana y terminábamos al día siguiente. Todo el tiempo estábamos comunicadas con los correctores de estilo, que fueron muy eficientes y se integraron el equipo en la etapa de edición.

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¿Se seleccionó a las autoras más relevantes?

Se seleccionaron algunas de las autoras más relevantes, pero hay muchas otras que se quedaron por fuera y son tremendas. Ya veremos si en algún momento surgen más recursos y se pueden publicar más.

¿Uno de los criterios de selección fue la relevancia actual de los temas?

Pensamos en aquellas que eran importantísimas y que casi no se encuentran. Por ejemplo, la primera edición de Teresa Martínez de Varela fue una autopublicación que ella pagó con la plata de su pensión. Es una edición que se hizo con buen espíritu y mucho cariño por parte de las personas del Fondo Rotativo de la Policía.

Otro de los criterios que se tuvo en cuenta fue el modo en que estas mujeres se pararon frente a la realidad y cómo a través de sus temas se puede ver el papel de cada una como escritoras y como mujeres. Tanto Soledad Acosta de Samper, a la que se puede llamar la primera escritora oficial de Colombia, como María Mercedes Carranza, creadora de la Casa de Poesía Silva, cumplieron un papel específico.

Así mismo, Berichá, líder de su comunidad U'wa, escribió con todo su ser. Su libro había que publicarlo. En su comunidad, a los niños que nacían con algún defecto físico los mataban o abandonaban en el bosque; ella fue la quinta de seis hermanos: todos murieron siendo muy niños y ella nació sin piernas.

El papá y la comunidad pensaban: "Esta niña no va tener cómo defenderse en la vida". Contrariando la tradición, como era la única que había sobrevivido, la mamá le pidió al papá que la conservaran para que los acompañara. Esta escritora, frente a toda adversidad, siendo indígena, mujer, discapacitada, se sobrepuso y se formó como antropóloga.

Así que esos fueron algunos de los criterios: mirar el lugar que ocuparon estas mujeres y determinar por qué es necesario que la gente tenga acceso a sus obras. Uno se sorprende de que todavía se nos siga negando a las mujeres el acceso a tantas cosas. De verdad, ha sido una lucha por la justicia y la memoria literaria de nuestro país que sin la mirada de las mujeres no está completa.