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Encuentro de graduados de Ingeniería Civil (6)

“La Escuela siempre será nuestra casa”

Graduados del Programa de Ingeniería Civil revivieron su época estudiantil en un encuentro memorable.

Como si fuera estudiante de primer semestre, Edilson Coral Parra llegó temprano al campus de la Escuela. No cabe duda de que este bogotano de 42 años, gerente general de la Concesionaria Peruana de Vías (Covinca S.A.), quería que ese 16 de julio fuera un día inolvidable para sus antiguos compañeros de estudio. Lo logró y con creces.

Apenas unas semanas antes había tenido la oportunidad de recorrer el campus, buscando el mejor lugar para darle vida a una gran idea, luego de 20 años de haber dejado la institución con su título: el Encuentro de Graduados del Programa de Ingeniería Civil.

Ese sábado, con el rigor que lo caracteriza, Edilson repasó los pormenores de la tan anhelada reunión. Su proyecto no se le podía derrumbar por detalles menores. Eso lo aprendió en las aulas de clase: “Ojo al detalle”.

A las diez de la mañana, como si se tratara de la presentación del examen final, llegaron sus invitados: puntuales, expectantes; sin duda, felices. Las sonrisas, los abrazos, los saludos a la distancia, el apretón de manos y hasta las carcajadas no se hicieron esperar.

Había llegado el momento tan esperado: reunirse con los amigos, los compañeros de estudio con quienes no se veían desde hacía dos décadas. La felicidad fue completa cuando fueron apareciendo algunos de los profesores.

Con ellos comenzó el recorrido por ese campus que nunca se desdibujó en sus recuerdos, sólo que lo encontraron mucho más imponente, ecoamigable, con renovadas edificaciones y más de 80 modernos laboratorios que les arrancaron más de un halago y varias expresiones de asombro.

Unos y otros reconocieron que, sin dudarlo, volverían a estudiar en la Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito, su casa. Que profesores como los que ellos tuvieron la suerte de conocer son pocos en el país, que su rigurosidad y exigencia los han llevado por el camino del éxito y que, cualquiera sea el país o el continente al que vayan, estos académicos los formaron verdaderamente para los retos que el mundo actual impone a los profesionales de la ingeniería civil.

Carlos Riveros, a diferencia de algunos de sus compañeros, visita cada cierto tiempo la Escuela y ha seguido no sólo su desarrollo académico sino su crecimiento en infraestructura y proyectos. Desde hace quince años tiene su propia empresa para proyectos civiles. Con total desparpajo –poco usual en los ingenieros– dice que está seguro de que su éxito profesional se lo debe a lo aprendido en la Escuela.

En lo personal, ha tenido la oportunidad de trabajar con algunos de sus compañeros de carrera porque respeta su profesionalismo y está seguro de conocimiento, y porque en esta universidad comprendió que más que estudiantes eran una familia.

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Remembranzas

Carlos Riveros lo tiene claro: su profesionalismo lo forjó con “sudor y lágrimas” en las aulas de su amado campus. “Un día le pregunté al doctor Eduardo Silva Sánchez por qué teníamos que estudiar tanta matemática. Me explicó, con toda la paciencia de la que podía echar mano, que era necesaria no porque todo el tiempo fuéramos a hacer ecuaciones o a usar integrales, no. Aprendíamos matemática porque eso nos daba un modelo de pensamiento. Aunque fue clarísimo, lo vine a entender tiempo después. Cada aspecto de mi vida y de mi profesión lo analizo de acuerdo con un modelo que me enseñaron aquí, en la Escuela. Todo ese conocimiento, sumado a los principios y valores de mi hogar, me han ayudado a resolver muchos problemas y han hecho de mí un profesional integral”, puntualiza.

Así se lo hizo saber a sus compañeros durante su recorrido por la Escuela, recorrido que los llevó a los antiguos edificios, a las nuevas construcciones: laboratorios, cafeterías y aulas. Muchos de los que en dos décadas no habían vuelto a la Escuela se sorprendieron al ver que el lago sigue intacto y se mantienen las fachadas de los primeros edificios. Otros, con orgullo contaron que han venido participando en la construcción de las nuevas edificaciones y que pusieron todo su conocimiento para lograr excelentes resultados.

Mientras tanto, varios aprovecharon para hacer el recorrido abrazados a sus antiguos compañeros, compartiendo anécdotas, riendo, llamándose por sus motes y esculcando entre los recuerdos por aquellos pasajes inolvidables de su vida como estudiantes.

Unos llegaron convertidos en gerentes, otros en profesores, algunos más en directores, alcaldes coordinadores de proyectos, representantes legales o empresarios. Todos orgullosos de ser los poseedores de ese bien preciado conocido como conocimiento, fruto del “rigor técnico, la precisión del número, la exigencia académica”.

Fue tan grata la experiencia de aprendizaje de estos ingenieros civiles durante sus años de estudio en la Escuela que muchos han querido regresar a ella convertidos en profesores para continuar con el legado de la excelencia educativa.

Y es que algunos de los profesores de estos ingenieros civiles fueron los fundadores de la Escuela, académicos de corazón convencidos de unos valores institucionales que hoy en día profesan sus pupilos: búsqueda de la excelencia, autonomía con responsabilidad, creatividad, innovación, vocación de servicio, confianza mutua.

“Más que los conocimientos, lo que los profesores debemos transmitir, sobre todo con el ejemplo, son los valores y creo que ustedes son muestra de ello. Me alegra porque sembramos en tierra fértil. Cuando creamos la Escuela, lo hicimos con la idea de que fuera una gran familia centrada en los alumnos”, les recordó el doctor Jairo Uribe Escamilla, como en la mejor de sus clases magistrales.

Lo hizo a manera de bienvenida a sus alumnos, a los que les arrancó unas cuantas carcajadas con sus nutridas historias y anécdotas como profesor y fundador y evocó sus épocas de estudiante de doctorado. “Hace un año dejé de enseñar, después de seis décadas, porque con la virtualidad no me pude acomodar”, les contó no sin antes recordarles algunos pasajes oscuros de la historia colombiana que él vivió en carne propia, de hablar del origen del brindis y de pedirles que ayuden a revivir las clases de tango que él lideraba y que tan gratos recuerdos le dejó.

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La Escuela, nuestra casa

Por primera vez, quizá, la audiencia se tomó algunas libertades con el renombrado profesor y a sus relatos le contestaron con divertidas ocurrencias que produjeron risas estrepitosas. Lo que siguió a este recorrido de los graduados por todos los rincones inexplorados del campus fue un brindis y una imposición de escudos por los 20 años del programa, por parte de la Asociación de Egresados de Pregrado y Posgrado de la Universidad Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito (AECI), llevado a cabo en la azotea del recién inaugurado edificio de Posgrados Luis Guillermo Aycardi.

“No venía desde hace más de una década y el cambio de la Escuela es del cielo a la tierra. Este edificio y otros que conocí hoy me gustan mucho. Me encanta que hayan implementado diferentes técnicas constructivas, pero más que eso me alegra que esas obras sirvan para el aprendizaje de las nuevas generaciones”, dijo Claudia Liliana del Pilar Sastoque Jiménez, directora de obra en Meco Infraestructura.

“Sí, es una realidad”, terminaron diciendo algunos de los invitados: “Atrás quedaron las banquitas, el quiosco a la entrada de la universidad, el carrito de los almuerzos, las comidas rápidas improvisadas, la selva de la parte de la atrás, mejor dicho… los potreros donde hoy se levanta orgulloso el Coliseo El Otoño”.

Finalmente, los graduados arribaron al Coliseo para disfrutar de un almuerzo en familia. El tradicional asado colombiano que no podía faltar en la celebración. Y, bueno, para amenizar, una parranda vallenata que levantó de sus asientos a más de un ingeniero.

Por primera vez en mucho tiempo no se habló de cimentaciones, acabados, acometidas, excavaciones, asentamientos, ampliaciones, carpeta asfáltica, concreto o presupuestos. En la agenda estaban otros aspectos más íntimos de la vida de los ingenieros civiles: ¿casado? ¿soltero? ¿gordo? ¿flaco? ¿hijos? ¿canas? Y, por su puesto, ¿qué sabes de la vida de…? En otras palabras, los ingenieros civiles de la Escuela vinieron a “adelantar cuaderno” y lo hicieron con lujo de detalles.

“Nos sentimos orgullosos de nuestros graduados, de todo lo que están haciendo, nos gusta este tipo de encuentro. Ojalá vengan muchas más reuniones, que nos podamos encontrar cada cierto tiempo para actualizarnos de sus éxitos e iniciativas”, dijo Germán Santos Granados, director de Posgrados de la Escuela.

Para Edilson Coral Parra, hijo de una familia de emprendedores, quien comenzó estudiando ingeniería industrial y se cambió a ingeniería civil gracias al profesor Pedro Maldonado, este fue otro proyecto, de los muchos que ha construido en su vida, que levantó con éxito.

Aunque ahora está residenciado en Perú, logró a control remoto motivar a sus compañeros para reunirse en su casa, disfrutar de sus espacios, hablar de sus éxitos, de sus retos y hasta de sus sueños, con el apoyo de la Rectoría y la Unidad de Gestión Externa (UGE).

“Cuando estuvimos por primera vez en la Escuela éramos adolescentes. Hoy en día somos adultos, personas formadas, con un bagaje profesional. Así que durante este encuentro sentí alegría y nostalgia, pues siempre he querido ser parte de la Escuela, dictar clases, venir y ayudar a sumar valores a estos nuevos talentos en Colombia. Me veo aquí en las aulas y esos pasos los tengo que dar”, dijo.