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Centro de Bogotá - Julio Garavito

Tras las huellas del pasado: Un recorrido histórico por el corazón de Bogotá

Una emocionante crónica hecha por José Camilo Vásquez viaja en el tiempo junto a un grupo de estudiantes, entrelazando el pasado y el presente del centro de Bogotá. Si disfrutas este tipo de experiencias, te invitamos al lanzamiento del tercer número de "Encuentros: reflexiones sobre cultura y sociedad", la publicación digital del Departamento de Humanidades e Idiomas de la Escuela.

Por: José Camilo Vásquez Caro

Sábado 13 de abril, unos minutos después de las 10 a. m., el cielo está azul y el sol picante. El J74 sube despacio por la Avenida Jiménez, y me doy cuenta de que el centro tiene otro ritmo; en sus calles, la gente deambula sin tanto afán y el tráfico de los automóviles se adapta al paso de estas calles transitadas y habitadas por los caminantes. Hace calor, desciendo del bus y salgo de la estación; no hay nubes y se siente el verano, Bogotá tiene sed, hay racionamiento de agua.

Mi clase de Historia y Geografía de Colombia está reunida al frente de la entrada del Colombo Americano en la Calle 19 con Tercera. ¡Uy, profe llegó tarde, era a las 10 la cita! Conteo: 1, 2, 3; somos 24, 25 si me incluyen en la cuenta. Hay emoción, incertidumbre, curiosidad y expectativa en el punto de encuentro. ¿Una clase de historia en la calle? ¿Eso tiene sentido? ¿Acaso la historia no se estudia en los libros y en el salón de clase? Les advierto a mis estudiantes que el recorrido va a ser largo, que estén atentos al entorno, que tomen fotos y escriban mucho en sus cuadernos. Yo seré un guía y les daré mis lecturas e interpretaciones de espacios y momentos del pasado que considero aún tienen huella en el centro y que son relevantes en nuestro presente.

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Nuestro destino final es el museo Casa Quinta de Bolívar, a pocos metros de la base del cerro de Monserrate y a pocas cuadras de nuestro punto de encuentro. Les aclaro que para que la visita al museo tenga sentido es menester conocer y reconocer ciertos lugares de la ciudad a través del caminar y el deambular. En esta acción es que construimos nuestro propio narrar y le damos un sentido propio de la urbe.

Antes de partir, les pido a todos que miren al oriente y se enfoquen en los cerros. Alguno dice rápidamente: "Claro, profe, ahí están Monserrate y Guadalupe". Les digo que tienen razón, pero que miren a los cerros con más detalle. Alguien dice: "¡Hay un hueco!" El grupo detalla el boquerón y esa interrupción significativa en la continuidad del cerro. Por ahí bajan aguas de río y nos damos cuenta de que estamos sobre un río que ha sido canalizado y cubierto con concreto. Señalo que, por ese mismo boquerón, en la colonia, bajaban los indígenas de Choachí con sus productos a la plaza de mercado y que las lavanderas de la ciudad subían con jabones a lavar ropa contra las piedras. No nos hemos desplazado en el recorrido, pero vemos cómo, en el observar y el diálogo, hay capas de historia y que no todo lo que aparenta ser es.

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Miramos el piso y surge una conversación en torno al arquitecto Rogelio Salmona y su proyecto de eje ambiental que se inauguró a comienzos de este siglo, que resaltó la memoria de lo que fue el río San Francisco. Caminamos sobre la memoria, capas de tiempo, tierra y concreto que han tapado el río y nuestro pasado. Caminamos unos metros hacia el sur y llegamos a la Academia Colombiana de la Lengua. Llevamos el semestre estudiando y discutiendo procesos políticos, económicos, culturales y sociales de la historia de Colombia. En clase estamos empezando a discutir la Regeneración y la Constitución de 1886, y en nuestra primera parada está la estatua de Don Miguel Antonio Caro y su proyecto de nación fundamentado en el uso correcto de la lengua, su gramática y en la religión católica. Mis estudiantes ya saben que en el siglo XIX tuvimos casi tantas constituciones como guerras civiles. ¿Por qué sobrevivió tanto tiempo el proyecto plasmado en la Carta del 86? ¿A qué otro político le han nombrado una academia en su honor?

Llegamos al Parque de los Periodistas y nos topamos con la primera estatua de Bolívar. El eje está en obra y las mallas verdes no nos permiten acercarnos al prócer. Lo miramos desde cierta distancia y nos damos cuenta de que los cerros y el boquerón siguen dominando el horizonte. Hago énfasis en que estamos sobre lo que fue el río, el eje del desarrollo de la ciudad y que esta frontera natural dividía a la ciudad. Al pasar la carrera 4.ª nos detenemos y miramos cómo la Jiménez fue la gran avenida de la primera mitad del siglo XX. Está el magno Hotel Continental, la librería Lerner y el antiguo Espectador. El sol cede un poco ante la sombra que nos brindan las edificaciones más altas.

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Antes de llegar a la séptima nos desviamos hacia el norte y entramos al Parque Santander, la antigua plaza de las hierbas y uno de los ejes más importantes de la ciudad desde su fundación. Es un espacio interesante cuyo presente no revela todo el peso de su pasado. El siglo XX lo atravesó y cambió, quedan grandes edificios como el de Avianca y el Banco de la República. Está el Museo del Oro, la DIAN y el antiguo Jockey Club. Pero nadie recuerda que en el centro de la plaza hubo una pequeña iglesia y que posiblemente Don Gonzalo Jiménez de Quesada tuvo su casa en este lugar. En este lugar convergen tiempos y memorias y estructuras. Al otro lado de la séptima están las iglesias de San Francisco, la Veracruz y la Tercera. Estamos sobre el otro eje de Bogotá, la carrera séptima que unió norte con sur desde siempre.

En la séptima con Jiménez las edificaciones de los siglos XX y XXI se apropian del horizonte y los cerros con su grandeza se convierten en actores de fondo. Entramos a la iglesia de San Francisco y nos separamos unos minutos para que cada uno lo recorra a su propio ritmo y con su propia intención. Soy de los primeros en salir a medida que el grupo se va reuniendo; escucho comentarios sobre la solidez de la construcción y el detalle del trabajo en madera. Todos mencionamos que la iglesia está muy llena, que no hay casi espacios vacíos y de forma intuitiva el grupo reconoce elementos del Barroco.

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La séptima con Jiménez es un punto de encuentro. Por debajo pasan las aguas del río, están las huellas de los rieles del viejo tranvía y edificios como el del Banco de la República y El Tiempo, las iglesias en primer plano y en segundo plano. A pocas cuadras vemos los campanarios de la Catedral Primada. Gracias a amables azares podemos acceder al Palacio de San Francisco, la antigua gobernación de Cundinamarca. El Palacio es sede de la feria internacional de arte de Bogotá, ARTBO fin de semana, e ingresamos.

Desde el momento que entramos a la edificación se siente el aire de otro tiempo. Los materiales y la arquitectura les hablan a los estudiantes. Hay techos altos, el trabajo en piedra y mármol es impecable y los pisos de los salones son de una madera que crujen evocando con cada paso el pasar del tiempo. En el segundo piso podemos recorrer diversas salas y en medio del espíritu de feria los estudiantes hacen una serie de preguntas muy interesantes sobre lo que es y lo que se considera arte.

Al finalizar nuestro recorrido salimos del palacio a explorar el lugar donde fue abaleado el caudillo del pueblo, Jorge Eliecer Gaitán. De ahí atravesamos la plazoleta del Rosario y vimos la ausencia de la estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada. Esta fue una de las estatuas que no sobrevivió a manifestaciones del estallido social hace unos años. La ausencia en medio de la plaza dice mucho. En este lugar vemos cómo el paisaje y el horizonte urbano son dinámicos y viven en cambio constante. Detrás del vacío de Jiménez de Quesada sale sobre el horizonte la muy controversial Torre Bacatá.

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Subimos por la calle 12 en la Candelaria, sintiendo como cada paso empinado nos elevaba a otras alturas. Abajo fue quedando la séptima y llegamos a la plaza del Chorro de Quevedo. De nuevo nos encontramos con una capilla y con una fuente de agua, dos elementos fundamentales y constantes en la Bogotá de antes. El aire en el chorro es festivo, hay cafés en la plaza, músicos, promotores de chicha para turistas y arte plasmado en los diferentes muros. Al descender por hacia la Concordia por un callejón pequeño y angosto le recuerdo al grupo que pronto llegaremos a la frontera, lo que fue el río y hoy es el eje ambiental. Recorrimos de forma periférica el centro, no llegamos a la plaza de Bolívar pero experimentamos un pedazo del casco urbano más antiguo. Ahora les digo, vamos a salir de la vieja ciudad hacia el campo, donde luego estuvieron las fábricas de cerveza y de vidrio y las ladrilleras de antaño.

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Ya es la una y estamos llegando a la Quinta de Bolívar. El sol está fuerte y muchos buscan sombra. Tan pronto ingresamos a la Quinta el clima cambia. El aire es fresco, el paisaje sonoro es otro, se escuchan pájaros y nos damos cuenta de que estamos en un espacio campestre en pleno centro. Muchos se dan cuenta de que los altos cipreses dan más sombra y bienestar que los edificios de la Jiménez. Recorremos la casa y sus jardines y vamos viendo cómo acá hay capas de tiempos y pasados que saltan a la vista. Hay discursos que son palpables y que nos invitan a pensar lo que significa la historia en nuestro presente. No somos seres atemporales y nos vamos dando cuenta de que estamos atravesados por las narrativas y las interpretaciones del pasado.

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Los jardines de la Quinta están cuidadosamente organizados y pensados. Hay un discurso de hermandad a través de la flora que evoca la grandeza del proyecto del Libertador. La casa es un híbrido entre la colonia y el siglo XIX que evoca la nueva nación y su independencia. Tal vez el contraste más fuerte está entre el gran comedor que construye Bolívar, lleno de luces y al estilo neoclásico, comparado con el resto de la casa de muros gruesos de adobe y ventanas pequeñas.

El museo mismo es un espacio de disputa de formas de interpretar, leer y exponer nuestro pasado. Termina el recorrido y bajamos un poco más cansados, pero con el mismo entusiasmo de por la mañana. Han sido un poco más de 4 horas de recorrido y cada uno se ha llevado un pedacito de relato y de historia consigo.